miércoles, 30 de marzo de 2011

Hic sunt dracones

Cuando en mi verano mejicano, allá por 2005, visité la Catedral de Monterrey, me topé con un cuadro grande en el que un cura con gafas impartía la bendición con el Santísimo. Ese cura era un santo no exento de leyenda, siendo tan cercano en el tiempo, y no exento de polémica, precisamente por eso. Y por su obra: la Obra. Jose María como empecé a nombrarlo y creo que le bautizaron, o Josemaría como se nombra ahora y le honra la Iglesia entre sus santos, es uno de los dos protagonistas de la película que acabo de ver: ésta. Una historia de perdón, de la Misericordia que permite burlar los dragones que, inevitablemente, todos encontramos, dentro y fuera, al poco de emprender la travesía. El santo del Opus, el santo de sotana y acento aragonés, el santo súbito, el santo de los tecnócratas en el gobierno de Franco, de lo oscuro y misterioso (ríos de tinta se han vertido) es, primero, santo. Contemplarle en los años de la Guerra (in)Civil, perseguido y pacífico, sin palma martirial porque Dios no quiso, como lo muestra el largometraje de Roland Joffé, me le hace digno de admiración, y hasta de devoción. Me acercaré a su figura. También me gustaría acercarme a su obra, la Obra, a través de quienes en ella viven la vocación cristiana, pero a menudo les querría más presentes y reconocibles en la Iglesia plural y visible, pobre y alegre, en la que me ilusiona peregrinar.

domingo, 27 de marzo de 2011

Ser de la Unión

"Un partido para olvidar", comentábamos al salir del estadio. Lástima de mi buena memoria, a menudo comodín del público, para los partidos de la Unión desde que aquel 10 de septiembre de 1989 me llevaran a ver el Salamanca-Sabadell. Arlequinados entonces, blanquivioletas hoy, nos ganaron en casa, que ya es como segunda casa cada quince días. O cada trece, o cada dieciséis, pues el calendario se hace para los aficionados de sofá más que para los de grada, parece mentira pero es así. En este fútbol convulso, exagerado hasta el hartazgo, desnaturalizado y obsceno, donde la Liga la paran o la echan a andar por arreones dinerarios, en el que a la campeona del mundo la anuncian para jugar en patatales, donde sólo el Madrid y el Barcelona parecen merecer atención, ser del equipo de tu ciudad llega a ser hasta exótico. Ser de la Unión, en Salamanca, no es lo normal. "Si es que son muy malos...". "Si van a bajar...". "Hombre, a ver si sube y viene el Madrid...". Ser de la Unión es lo más grande en medio de tanta pequeñez. Once finales por delante.

martes, 22 de marzo de 2011

Palabras de vida eterna

Todo a oscuras, apenas encendidas la luz del Cristo y la lamparilla del sagrario. Tambores que sobrecogen y ponen en camino los siete estandartes, pregonando en sus letras la lección postrera. Fue en La Horta, un año más, donde escuché palabras de vida eterna en medio de los silencios. Aún resuenan. Será porque llevan resonando desde aquel primer Viernes Santo de la historia, que tendría algo de martes y de barrio bajo, de pana verde y de románico templo, que tuvo y tiene mucho de Gracia y de Verdad.

domingo, 20 de marzo de 2011

Equinoccio vernal

Viajando con Ainhoa desde Zamora tras la guardia, a ciento diez casi todo el rato, la mañana nos ha regalado una visión majestuosa. Las cumbres nevadas de la Sierra se distinguían perfectamente desde La Armuña. El cielo de un azul por fin azul. Las cimas, de un blanco abrillantado por un sol por fin brillante. Fueron unos pocos minutos, merecía la pena reducir hasta cien, y hasta noventa, para alargar la visión nítida pero sorprendente. Las distancias, acortadas; las estaciones, fieles al calendario. Daban ganar de hacer tres tiendas, como a Pedro en el Tabor, y quedarnos allí, a medio camino, pero tan cerca de la belleza, efímera y primaveral.

sábado, 12 de marzo de 2011

Reúma, del griego ῥευματισμός

De pequeño, en mi ochentera infancia, ya hice algún que otro diagnóstico: las señoras (y algún señor) que llevaban esa pulsera dorada, abierta, con dos bolas en los extremos, padecían indefectiblemente reúma. A mí casi ninguno me llamaba la atención, no tenían pinta de enfermos. A algunos directamente les miraba a la muñeca y ya comprobaba que sanos no debían estar, y que sabe Dios qué tendría que ver la pulsera de marras con el tratamiento de su enfermedad, pero algo pasaría ahí. Las bolitas doradas, mano de santo, seguro. Hasta que dejé de verlas, y en conclusión, el reúma habría desaparecido, como la viruela. Hasta que, al poco, supe que el reúma es cajón desastre en la jerga médica popular. Ya me parecía a mí que mi padre nunca recetaba eso, y que a algún paciente mandaba a la farmacia, pero a nadie al joyero, donde supongo que duermen el sueño de los placebos los miles de "pulseras contra el reúma" que no fueran tiradas a la basura. En las mañanas de este mes, cuando van pasando los enfermos a la variadísima consulta de Reumatología, me sigo fijando en sus muñecas. Si están inflamadas, círculo. Si les duelen, cruz. Ya no lucen la pulsera que me facilitó mis primeros diagnósticos.

sábado, 5 de marzo de 2011

Algo nuevo está brotando

Lo noto cada primer viernes de mes, cuando me encuentro con quienes vienen de lejos simplemente para encontrarnos. Lo noté aquella noche en que escuché el título y aquella otra en que supe sobre qué palabras sostenerlo. Lo sigo notando a lo largo de las semanas que unen la última reunión con la siguiente. Notarlo y dar noticia. Notarlo y que se note como se perciben las obras pequeñas que cooperan con la más grande que en el mundo ha sido, es y será. Estos brotes renuevan a los que hemos querido sembrar y ser semilla, mirar adentro para decir afuera, buscar el silencio, tener el alerta el corazón, callar y contemplar, siempre despiertos.